miércoles, 27 de febrero de 2013

Estreno de la niñez

    De nuevo Ignacio Camacho y de nuevo volver a escribir para volver a vivir. Decía Machado que se canta lo que se pierde, y en ese lamento o canto se intenta recobrar aquello que se ha perdido. Si existe una finalidad de la Literatura por encima de las demás es la capacidad para eternizar aquello que se ha experimentado.

   Y es que la escritura eterniza lo perdurable, el momento justo de una entrada, una revirá emocionante, el beso de tu madre antes de salir por la puerta que te conduce al mundo perecedero. Ver al hijo vistiéndose de nazareno, como tú mismo hiciste, asegura la perdurabilidad de tu recuerdo y, por tanto, de ti mismo.

   De nuevo, el periodista se oculta bajo el TÚ del texto para intentar recuperar esa sensación de eternidad de la niñez, donde el niño, sin conciencia del paso del tiempo, se viste de nazareno. Este artículo, titulado Estreno, fue publicado en El Mundo en 1997.


Silencioso es el rito, no aprendido, / sino heredado, yéndole en la sangre (...)
(R.Montesinos) 

     Cuánto te gustaría ser como él. Dejarte vestir por la mañana, rodeado de los mimos y los besos que ahora le has prodigado recordando otras mañanas llenas de cariño que se pierden por los meandros de tu memoria. Vivir esos instantes trémulos de emoción y de nervios, cuando las manos maternales alisan la túnica y anudan los lazos de la capa blanca que le envuelve un cuerpo en el que apenas si le cabe el orgullo. 

     Ahora casi envidias ese momento liminal en que se contempla en el espejo con el gesto satisfecho y el porte altivo de su infinita coquetería infantil, cuando acaricia el capirote sobre la mesa del vestíbulo, cuando agarra tu mano para salir a la calle espesa ya de gente que mira con sonrisas su espléndida altivez y su formidable galantería de estreno. Y has recordado, como siempre, otras mañanas igual de limpias y azules que ésta, cuando eras tú el que caminaba de otra mano hacia la sombra agitada de una iglesia donde bullía escondido el runrún esplendoroso de la cofradía. 

     Cuánto te gustaría ser como él, de nuevo. Volver la cabeza para mirar bajo el antifaz el colorido de los globos, mover los pies al compás de la música cuya estridencia apagan las frondas del parque, girarte sin complejos para ver a tu espalda cómo se mecen las bambalinas plateadas del palio. Dejarte colocar ese imperdible que ella le pone ahora en una pausa de los costaleros, salirte de la fila para pedir un refresco y una golosina, sentir al mismo tiempo el cansancio y la fuerza para no dimitir de la experiencia, gozar a la vida plena de las inolvidables sensaciones de la primera vez. Porque ahora sabes que las primeras veces nunca se olvidan, y por eso al mirarle sientes muy fuerte la certidumbre de que estás dando vueltas a la rueda imparable del tiempo.

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