sábado, 8 de diciembre de 2012

Teoría y realidad de nuestra Semana Santa

   Bien pudiera hoy asomar su ojo crítico Antonio Núñez de Herrera a la realidad de nuestra Semana Santa y sus lindes para advertir que esas mismas contradicciones de la Sevilla republicana, mística y extasiada con el vino de las tabernas le daría para escribir otro libro. Un análisis excepcional en el que retrató con sobriedad y colmillo la compleja realidad de una fiesta que se vive durante algo más de siete días. 

   Perteneciente a la revista Mediodía fue un activo militante de izquierdas que entendía perfectamente que cada cofrade tiene y siente su propia Semana Santa. Al igual que sus compañeros de generación, y aquí viene lo maravilloso, sentía un sincero respeto por lo sagrado. Ofrece una visión auténtica y universal de esta celebración y huye de tópicos que maltratan la imagen de cofrades y cofradías. 

   Semana Santa: Teoría y Realidad se publicó en 1934, es una obra fundamental, uno de los mejores manuales del idealismo literario cofrade y un libro que no ha caducado a pesar de la censura político-eclesiástica que lo tuvo oculto casi cincuenta años. 

     Es absolutamente magnífico el tratamiento que hace el autor de un concepto difícil de manejar: el Tiempo lírico. La ciudad tiene su propio Tiempo, creado sólo para ella, detenido en el recuerdo de un cofrade que este año ya no es el mismo que el del año pasado. Por eso la Semana Santa no tiene pasado, es únicamente la vivencia del instante: La Semana Santa no había existido nunca. Es cierto que se celebró otros años. Pero auténtica existencia no tiene hasta este Domingo de Ramos. Las otras Semanas Santas pertenecen a la Historia, es decir, al recuerdo. Y toda memoria se va, desaparece con su caudal de tiempos y acontecimientos, ante el hecho sencillo de salir los nazarenos a la calle

     En estos tiempos en los que la opinión de cada cofrade es sacratísima, se desprecian libros que no se han leído y se obvia la opinión de verdaderos profesionales. En estos tiempos en los que de la teoría a la realidad de nuestra Semana Santa va un trecho, Núñez de Herrera tendría mucho e interesante material con el que reeditar y ampliar su obra. Hoy os dejo, en mi modesta opinión, uno de los mejores textos cofrades escritos hasta la fecha. Se titula “Conjunción del sentimiento y del paisaje”.

Abres las ventanas de tu casa
por las calles inundadas
de besos que te esperan.

     La ciudad tiene lugares y ocasiones. El buen saboreador conoce bien sobre qué confluencias florecen las maravillas y cuándo es la sazón y madurez de lo magnífico. Sabe con qué luna rebrotan ciertas calles recoletas y cuándo el olor de azahar es un vino como otro cualquiera y en qué madrugadas la Giralda es no sólo la mejor torre, sino la mejor mujer del horizonte. 

     La ciudad es en cierto modo un sistema de conjunciones. En la Semana Santa, por ejemplo, se da siempre entre el alma y el tiempo y el espacio, entre la hora, el sentimiento y la arquitectura, una organización de ecuaciones que únicamente para determinadas circunstancias toman valor concreto y solución exacta. 

     Hay esquinas que son el mejor párpado de la sorpresa y plazuelas donde es posible oír saetas mal entonadas. Existen horas en la noche para que gorjeen canarios de oro fino en la selva de molduras de los pasos, y luces frías, humedecidas por el río de la tarde, que alumbran sólo para esmerilar la agonía que vidria los ojos del Cachorro. Hay una geografía de la Semana Santa y es necesario un reloj que marque el momento astronómico en que la cal y las ventanas deberán ser complementos plásticos para la opulencia de las procesiones en la calle. 

     La Semana Santa es principalmente espuma de concordancias. Los elementos simples navegan sujetos siempre y orientados a la conjunción que los acople. La voz del capataz deberá sonar de una manera especial en esta plaza. El anochecer tendrá unas luces determinadas y habrá un balcón que será greca provisional en la arquitectura total que levantan el aire, la hora, el gentío, la casa del fondo, el paso, el color de las túnicas y el cielo, el redoble de los tambores, la luz de los cirios y la frase esa que se tiene que oír forzosamente para que se compongan, abrochen y reaccionen esos materiales en un solo edificio de milagro. Y lo que falte lo suplirá el espíritu. 

     Llamas violentas volvieron una vez pavesa de recuerdos la Virgen de la Hiniesta. Pero todavía hay unas calles y unas horas que le pertenecen. Y todos los años hay que estar allí y en el minuto exacto cerrar los ojos para verla pasar recompuesta por las potencias del alma. Sobre la calle y el instante la Virgen de la Hiniesta aquí otra vez. Por memoria, entendimiento y voluntad. Y luego echarle olvido a ese rencor sin norte que da portazos por la calle solitaria. Salía de San Julián a las siete de la tarde.

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