viernes, 31 de agosto de 2012

El discurso de la mentira



          Así se titula uno de los libros menos conocidos y menos editados del siempre presente Joaquín Romero Murube. Y rescato esta obra de entre los ejemplares adultos de biblioteca en un encuentro fortuito y necesario para el artista. Romero Murube nos ofrece una visión profunda y mística de la ciudad y de su Semana Santa superando siempre el pegajoso concepto pintoresco y aplausible al que se recurre con mucha frecuencia: 

          Sí, hay una Sevilla de pandereta, hay una Sevilla de azulejo. Pero hay otra de sangre, miserías, pasiones y difíciles verdades que es la que está esperando, intacta, que un día llegue el artista que sepa descubrir su belleza peregrina, su hondísima sabiduría. 

          En 1926 Joaquín formó parte junto a otros escritores de la revista literaria Mediodía. Unos autores que ya han venido en alguna ocasión y otros que esperan hacerlo: Collantes de Terán, Rafael Porlán, Juan Sierra, Rafael Laffón, Eduardo Llosent, Manuel Halcón, José María del Rey, Fernando Villalón, Mauricio Bacarisse, Rafael Lasso de la Vega, Adriano del Valle, Manuel Díez Crespo, Antonio Núñez de Herrera... Aun pertenecientes a la Generación del 27, casi todos han sido tachados de los manuales, algunos por sus inclinaciones políticas y casi todos por ser considerados poetas muy localistas. Nada más lejos de la realidad. Mediodía quiso extender por España y por el extranjero el nombre de la ciudad unido a las más novedosas tendencias del arte y la literatura. Proponen una depuración completa, sosegar las formas, acudir a la esencia misma de cada cosa, saber descubrir lo nuevo de cada día en las cosas de toda la vida. Ellos hablan de una constante mutación de la ciudad, de un fluir recóndito que la moviliza, de un reto diario para el artista de descubrir simplemente el alma de las cosas. Chaves Nogales alude: 

          Lo peor de Sevilla es el sevillanismo. Al volver ahora sobre el tema de la ciudad después de unos años de alejamiento, lo que más me desagrada en ella es su exaltación, sobre todo la exaltación literaria. Literariamente Sevilla está demasiado hecha, demasiado trabajada. Dejémosla estar. La única manera de no torcer su sentido será no pretender interpretarlo. No añadirle cosas; dejarla desnuda; cuanto menos literatura mejor. 

Allí donde  florecen tus jóvenes años maternales,
nace mi amor de hijo
que para siempre queda ya

                                                                      Jarevalo
          Nuestras valoraciones morales, nuestros conceptos, nuestros fundamentos los maneja el roteño de una manera muy particular. Y es una forma muy distinta a la del resto de ciudades. Esta singularidad nos convierte también en poseedora de un alma distinta. Y en este punto es donde radica nuestra universalidad. Y está para ser descubierta; ríe y escapa a nuestros sentidos pero te asalta en cualquier sol de agosto; y está en el mismo cielo que respiraron tus abuelos y que también respirarán tus hijos; se deja ver vestido de nazareno mirándose en cada escaparate poniéndose bien el antifaz.

            Este refinamiento de las formas se deja sentir fuertemente en algunos de nuestros artistas roteños, que desvelan las mañanas de las vísperas más gloriosas de todo cuanto esperamos. Y lo captan en una fotografía, en un lienzo, en un verso que viene de vuelta, en una marcha o en una puntada. Artistas que son primaveras ante tendencias caducas y superadas hace décadas y que se siguen utilizando para ofrecer una imagen de la ciudad y de la Pasión amarilla y pesante.  

          Y es que Romero Murube ni decía ni dice mentiras. Comparto un texto fundamental titulado “Por la tarde de marzo” de su libro Sevilla en los labios 

           Hay una luz de día de Semana Santa, igual que hay una luz especial para la mañana del Corpus o para la tarde de difuntos. Es una luz que los sevillanos saben distinguir muy finamente entre la pomposidad cromática de los cielos del mediodía, que la perciben en su avance lento diario, desde el fondo frío del invierno, y que cuando por fin llega Marzo, Abril la colma de esta íntima satisfacción que da la universal esperanza cumplida. Es una luz amarilla, pero un amarillo fugitivo e inestable. No amarillo de oro, duro e irreductible. Amarillo de flor: pétalo, polen, aroma. Una tarde sin horas, entre el esmerilado de las nueves quietas, surge de pronto el sol, un sol muy bajo, de rayos espesos, casi definidos, palpables, que entran a par del suelo por todas las calles que se deshacen en el poniente. La ciudad siente en su entraña aquella múltiple espada de fuego dulce amarillo que le clava desde el cercano e indeciso horizonte, en el cielo incendiado. Los ojos se sienten atraídos por esta estela de lumbre purísima, viva, y mirar al campo, y ven cómo se recorta, contra las nubes de pasión, sobre Sevilla, el calvario infinito del Aljarafe, lleno de las eternas cruces de los olivos. La lluvia ha dejado su alma transparente sobre todas las cosas. En los patios abren sus caras de monjas pálidas las flores de jarro, y las “varitas de San José”, llenan la atmósfera de una profunda dulzura evocadora. Todo está inundado de lumbre amarilla. Por la noche, entre la lluvia y los filos del viento, ¿en la noche o en nuestro recuerdo?, llegan ecos indecisos, vagos, de cometas, sueños, procesiones… Es que ha llegado la luz y el viento de la Semana Santa. Por esta vira de oro de la tarde de marzo, viene Jesús Nazareno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario