lunes, 13 de agosto de 2012

Ese viejo nazareno del Silencio

       Ése es Alberto Fernández Bañuls. Un autor extraordinario heredero de la prosa quintaesenciada de la ciudad de Joaquín Romero Murube. 
       En su universo poético, la ciudad perdida de sus años infantiles, el rito de vestirse de nazareno al lado de su padre o el amigo de la familia que lo inscribió en la nómina de su Hermandad haciéndolo así nazareno de Sevilla conviven al unísono con la nueva Semana Santa que viene a renovar al nuevo hombre que viste la túnica ahora al lado de su hijo cumpliéndose de esta forma el rito atemporal: Paseando por la ciudad se asiste al prodigio de encontrarse con la voz de la memoria. 
       Catedrático de Lengua y Literatura, fue fiel colaborador de Diario de Sevilla y publicó, entre otras obras, un ensayo excepcional en el que también nos muestra una visión no tan idealizada de la Semana Mayor, desgranando detalles como si de un fotógrafo de la palabra se tratase: Semana Santa: fiesta y rito de Sevilla. 
       Alberto nunca fue pregonero de la Semana Santa. Ni falta que le hizo. Emociónense con esta prosa limpia y exquisita de este renovador de las viejas formas que heredó de los viejos maestros que compartimos y que nos la ofrece con la visión más moderna de un tiempo que no se olvida por las esquinas de la memoria. Renace su palabra justa y directa a la emoción como el pelícano de la Soledad que se abre el pecho para dar nueva vida.

Domingo de Ramos de 1966


INVOCACIÓN

       Cuando pasas por calles, plazas, en claves de una ciudad que apenas miras porque representa la visión de lo repetido, el camino que no te conduce a ti mismo, derribas las paredes interpuestas, las que separan las que han ido echando para ti los escombros de la vida para poder quedarte, franqueada la última puerta de tu alma, cara a cara otra vez con la ciudad irrepetible, la ciudad recobrada en el prodigioso perfil de la belleza exacta. La que de niño te hicieron andar tus padres y que casi sin quererlo, casi sin saberlo transmitirás a tus hijos y a los hijos de tus hijos como herencia condenada a la vida del recuerdo. Por todo ello, porque es la hora del recuerdo de la vida volverás a invocar los tópicos magistrales, los que, pese a quien pese, florecen cada año en los naranjos oscuros de la plazoleta deTeresa Enríquez, en las buganvillas de la Casa de Pilatos, en la cal nueva de las fachadas de San Julián, del Tiro de Línea, de la Macarena, en las brisas azules, escondidas tanto invierno, tras las lomas gastadas del Aljarafe, en la ilusión nunca cumplida de la primavera inmortal de Sevilla. 
       Y todo ello será de nuevo la razón suficiente de nuestra vida, la tranquilidad sosegada de comprobar que las cosas siguen en su sitio. La afirmación de nuestra memoria antigua al descubrir el jubiloso revuelo de una capa blanca doblando la esquina presurosa de tu sangre. El alto perfil de un nazareno de cola perdido en la lejanía de unas calles cuyos nombres conforman el centro del mundo: Doña María Coronel, Alcazares, Gerona. 
       Y sabrás en lo más profundo de tu corazón que ha llegado la consumación de los tiempos porque el tiempo se ha detenido para ser especial espectador de su propia muerte y su propia resurrección. Más tarde, cuando vuelvas a tu casa cansado (…) te acostarás vencido por el día de la magia verdadera, mirarás el reloj que fijó en tu alma tus padres, tus abuelos y dirás con el íntimo convencimiento de saberte el único dueño de los tiempos: "Ahora, irá la Amargura por Sor Ángela".

No hay comentarios:

Publicar un comentario