lunes, 7 de mayo de 2012

Un atril sin tiempo

     Ese domingo 11 de marzo, en el desaparecido y sevillanísimo teatro San Fernando, se pronunció uno de los mejores pregones de la historia. El año 1956 asistió afortunado al pregón de don Antonio Rodríguez Buzón. Ese domingo, los que asistieron al acto apretaban sus manos a los asientos y sentían con incrédula emoción que aquello que estaban oyendo, aquello que era capaz de contagiar la emoción a todo un auditorio sentaba cátedra y convertía el pregón en un texto literario muy serio. 

        Esa mañana, Rodríguez Buzón (1913-1977) introducía la forma lírica del poema como principal elemento de expresión, sucediéndose la prosa y el verso. Hasta la fecha era la prosa la forma más utilizada por los pregoneros, incluso Celestino Fernández Ortiz, un año antes (1955), no hace uso del poema en todo el texto. Francisco Montero Galvache, otro de los grandes maestros, fue el primero que se atrevió a continuar en la línea de Buzón, pero esto no volvió a suceder hasta 1959.

       Además, el poeta de Osuna era un extraordinario orador, declamando con una absoluta claridad y control del tiempo y del ritmo las décimas, sonetos y romances que abundaron su texto. En su poesía muestra un absoluto dominio de la métrica y se decanta por un verso sonoro que se trata de forma original aunque inspirado en la más antigua tradición. 

      Otro elemento fundamental es el uso que hace del paralelismo como recurso para estructurar el poema: Pero como Tú ninguna o el dedicado al Santísimo Cristo del Amor (poema publicado con anterioridad). 

Ni la ráfaga de luz 
con su tacto de azahar,
ni el suspiro del naranjo 
cuando vayas a llamar. 

Ni el clavel en la ventana 
ni el geranio del balcón, 
ni el cuchilla de la noche 
ni el reflejo del farol. 

 Azulejo ubicado en Caballerizas que refleja el poema en el que Rodríguez Buzón inmortalizó en su pregón el paso de la Virgen de Gracia y Esperanza de la hermandad de San Roque por esta calle. 

     A partir de esa mañana, el tiempo tiene reservado un atril sin manillas que no desgasta ni a los días ni a las pasiones y que se queda demasiado vacío cuando se bajan los maestros pregoneros. 

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