miércoles, 30 de enero de 2013

El instante del cofrade

   En un pequeño instante reside la eternidad. Un beso a los pies de toda una vida detiene el tiempo en un momento. Un instante en la esquina de siempre es una realidad vivida mil veces, cada Semana Santa, situada en un espacio temporal concreto que finaliza cuando pasa la Virgen de la mesita de noche y que renace en el infinito de la memoria: Es el recuerdo de la madrugada que revive en la mente de Manuel Díez Crespo una vez que todo haya concluido. Entonces, cada cofrade será diferente. 

   Y es la nostalgia de este periodista del 27 al que los críticos no perdonan una obra tan extraordinaria como olvidada, y que no han querido desligar de los ideales políticos de su autor. 

   Existe un presente eterno que hace que las cosas siempre parezcan igual, pero ese no es nuestro tiempo. Los pies de nuestro Dios no tienen pasado y el reflejo de la candelería en la cara de la Madre de la Caridad no tiene futuro. Sólo presente. Dios es un eterno presente. 

   A nosotros, sin embargo, siempre nos persiguen los años. Por eso entendemos que cada Semana Santa nunca es igual, porque nosotros siempre somos diferentes. Y es que un año puede ser toda una vida. 

   La sección de Díez Crespo en ABC se titulaba «Diván Meridional» y sus artículos, poemas en prosa, gozan de una hondura portentosa. Se evoca lo ausente o lo lejano y para ello es imprescindible la memoria. Porque la memoria es cosa de poetas. El gran poeta Aquilino Duque se refiere a la prosa del periodista: no es una mera evocación superficial del pasado, sino una reflexión intemporal en la que pasado y futuro están contenidos en el presente. En 1983 aparece un artículo bellísimo titulado El instante y la eternidad y que se ha convertido en uno de las más hermosas evocaciones de una obra sin ley y sin memoria histórica. 


  Refiriéndose Azorín a Rubén Darío, argumentaba que dos cosas predominaban en las preocupaciones del poeta: el instante y la eternidad. Y esto es justamente lo que vemos como sustancia de la Semana Santa; lo que hace vivir en constante y fervorosa recreación a nuestro pueblo al ver cómo se nos escapa un suspiro por el más bello rincón, o como se esfuma entre la más bella luz la difícil salida de una cofradía. Y tras este suspiro o este misterio, un sueño divino hace que renazca en nuestra alma la imagen de aquel instante dentro de lo eterno. Y así se pasa la Semana Santa y así viene a nosotros s la Semana Santa, porque en el misterio de un instante vivimos la eternidad. (…)

  En nuestra Semana Santa está ese instante que nos hace llorar cuando nos va dejando en nuestra alma el más rico sabor de lo eterno. Y ¿cómo definir lo eterno? A uno se le ocurre ante un instante del paso de la Macarena, o de Pasión, a uno se le ocurre responder: la eternidad es un bello instante, siempre renovado en el infinito; una perfección que se nos muere y resurge como esas dos perfecciones que son la rosa y un paso de palio. (…) Y eso es nuestra eternidad y nuestro divino y sustancial instante.

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